Suero

Estaba en mi cama postrado, enfermo, inútil.
Estaban todos los que quiero al rededor de la cama, me miraban, con pena y lágrimas.
Yo sólo estaba, y los observaba.
Postrado.
Aquellos que bloqueaban la entrada de la habitación se apretaron e hicieron espacio para darle cabida a una persona más, y resultó ser ella.
Había pasado tanto tiempo que no la veía, tanto tiempo que no le hablaba, tanto tiempo sin saber de ella, tanto tiempo esperando y soñando con ella, tanto tiempo amándola y deseando ese momento, el momento de volver a verla.
Todos siguieron con su silencio, como si fuera un velorio y yo estaba vivo, pero enfermo. No les decía nada, debo haber estado así por mucho tiempo como para no sorprenderme.
La miré y sus ojos no demoraron en convertirse en los ojos de los demás, llenos de tristeza, llenos de lágrimas, grandes, fijos.
- Perdón.- me dijo sin pronunciar palabras.- Tú sabes como son las cosas.- su voz sonaba en mi cabeza.- Tú me entiendes.
-Te entiendo.- le dije sin pronunciar palabras.
La voz de su mente se quebró y me habló con llantos, sin pronunciar palabras.
- Perdóname, por favor.- decía su mente llorando mientras se acercaba a mi, primero caminando, después gateando con su pequeño, liviano y frágil cuerpo sobre la cama hacia mi lado.
El ambiente seguía igual, silencio y miradas quietas.
Ella se acostó a mi lado y se acurrucó en posición fetal.
Yo me di vuelta hacia su lado rompiendo las mangueras del suero y la miré a esos ojos que seguían pidiéndome perdón.
La habitación quedó vacía.
Sólo ella, sólo yo.
Puse una mano bajo su cabeza y la otra sobre su cintura. Ella cerró los ojos y posó ambas manos cubriendo las mías haciéndome ligeros cariños con las yemas de sus dedos.
Me acerque y ella me dejó acercarme, juntamos nuestras frentes y lloramos. No era pena ni felicidad, era el alcance de algo largamente postergado. Estábamos ahí, juntos, no importaba el como, no importaba el que, y el cuando había dejado de importar al momento de mirarnos a los ojos.
Ella alejó su frente de mi frente con una sonrisa, sonrió en su máxima expresión, como si necesitara estirar los músculos de la cara, así sonríe ella, con los ojos cerrados y con el rostro inclinado hacia el cielo, como si recibiera los rayos del sol en una pradera, así sonríe ella cada vez que se siente realizada.
- ¿Me habrías esperado aunque me hubiera demorado ciento veinte millones de años en darme cuenta?- preguntó, esta vez con palabras, sin dejar su sonrisa. Para mí, no hizo falta que la pregunta fuera más específica.
- Te hubiera esperado esta y siete vidas más, aunque si lo pienso mejor, en ciento veinte millones de años, deben ser muchas más vidas que eso.
Sin parar de sonreír, volteó su cuerpo hacia mi, con la suavidad en los movimientos que sólo su cuerpo podía tener, abrió los ojos y dijo: "Perdóname".

2 interesados:

Aelete | 6:15 p. m.

Guau.
Muy bueno el texto, de verdad me llegó.
Está muy bien escrito, transmite mucho. Siento una sana envidia de escritor.
Saludos amigo.

Pedro Pablo López Barahona | 3:02 p. m.

mmm...la verdad es que la idea es buena, me gusto el que te hayas puesto en esa situación...generalmente uno tiende a acerlo cuando piensa en la persona que quiere y que por uno u otro motivo no esta donde deberia ser...al lado de uno....sigue escribiendo, de a poco vas a corregir las pequeñas faltas que tienes en la redacción, son weas que se van con la práctica...un abrazo bro, lo felicito siga asi...

PD: dudo que tengas que esperar siete vidas...o 120 millones de años...